Coraje

Coraje significa valor y también enojo. ¿Será este un error del lenguaje?

Algo de tanto valor para las raíces de nuestra cultura, algo que apreciamos en nuestros héroes ¿podría ser confundido con un defecto como la furia?

Pues: el valor es el aspecto positivo de la furia.

En el Budismo del Sutra del Loto, la furia es uno de los cuatro caminos del infierno; pero, a diferencia de los otros, es el único que puede “sacarnos” de estos caminos.

El sendero infernal más bajo es el propio estado de infierno, en términos modernos equivale a la depresión profunda, un estado en el que se carece de energía para salir de él. Le sigue el estado de hambre, que es la necesidad nunca satisfecha. Luego estupidez o animalidad, donde nos vemos motivados a halagar al fuerte y aprovecharnos del débil y cometemos actos indecibles por obtener placer y alejarnos del dolor. La furia aparece con la insatisfacción. Pero aquí es donde la voluntad humana está provista de suficiente energía como para cambiar el sentido de la propia vida. Donde podemos transformar el enojo en valor para salir de estos estados de ignorancia.

El valor redime al bárbaro.

Da sentido a la muerte y al dolor.

Tal vez por eso, junto con el honor, esta virtud fue una de las más reverenciadas por los antiguos.

Algunos creen que es una cualidad netamente masculina, pero me atrevería a decir que es, o debió ser, una cualidad humana.

En los anales de la historia tenemos ejemplos como los de la reina Boudica, que, con su bretones, se enfrentó a las columnas del Imperio Romano, en una guerra que no podía ganar.

Sin mencionar a los millones de mujeres que, a diario, enfrentan la adversidad, los partos y las enfermedades con una entereza digna de guerreros de capa y espada.

¿Por qué el valor es una cualidad diferente, con esta ambigua concepción?

Porque marca la diferencia fundamental, el punto de quiebre de la relación con la vida: o somos dolientes y quejosos y dispuestos a ser llevados a la piedra de sacrificios... o somos valientes y capaz de enfrentar a la muerte para defender la dignidad de nuestra vida.

En ese punto los verdaderos humanos se diferencian de los que aspiran a serlo.

Pueblos sometidos o pueblos que defienden su libertad.

Hombres sumisos u hombres orgullosos.

Nos enseñaron a pasar por el agujero de una aguja (por el que no pasa un camello), a ofrecer la otra mejilla, a ser humildes. A hacer la fila en la escuela y el supermercado. A que el crimen no paga. A que hay que esperar hasta la próxima votación para sacar al mal gobernante.

Nos negaron el derecho a romper las reglas, a levantar la voz y dar portazos.

Cambiamos espontaneidad por cortesía.

Y en el camino se nos olvidó el valor...

Hubo un tiempo en que no éramos así.

En los textos chinos hablan de los “hombres de la antigüedad”, que “eran altos como torres”. Por el Antiguo Testamento sabemos de los longevos héroes patriarcas del judaísmo. Los celtas tenían sus “fianna”, ejércitos que no obedecían al rey y equilibraban la balanza del poder.

En el presente, el Estado está armado... el ciudadano no. Y todos los días nos muestran con hechos del peligro de que el ciudadano común posea un arma.

Y no es que ame las armas, las detesto. Pero nadie debería tener una.

¿Cómo defender la ley? Pues... con valor...

La carencia de armas garantiza la voluntad de la mayoría.

La carencia de armas de fuego propicia el retorno del valor.

¿Y por qué el valor es necesario? Porque es un beneficio para la evolución de la humanidad.

Sin el valor, nos quedamos dando círculos en los cuatro caminos infernales: infierno... hambre... estupidez... furia... infierno... De vez en cuando un éxito nos lleva al sexto cielo: el éxtasis, que, rápidamente, nos devuelve al estado de hambre (hambre de más éxtasis)

Con valor, podemos dar el salto de la furia al estudio, la comprensión y el dominio de la propia vida: los estados de iluminación.

No estamos aquí para ser ricos.

No estamos aquí para edificar imperios.

No estamos para ser muchos y callados.

Estamos aquí para mejorar.

 

Seonaidh Labhraidh

De la tierra de la miel y los sueños.

 

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