Transmisión

Nuestra energía vital proviene del Sol, y éste la recibe de algún lugar en el centro del universo. El universo todo existe gracias a un fenómeno natural llamado TRANSMISIÓN DE VIDA, cada organismo estelar tiene esa capacidad de recibir, elaborar y transmitir la energía vital que proviene del origen del cosmos.

Considerarán atrevida esta idea. Nos han entrenado desde niños a creer que el Sol es una masa incandescente en virtud de alguna fusión nuclear, igualmente que, antes que se conociera el fenómeno de la fusión nuclear, creíamos que era de carbón y que se acabaría en 500 años.

También conservamos la creencia de que las formas de vida son aquéllas que nosotros consideramos como vivas, es decir, vegetal o animal, y que no existe vida en las piedras, las estrellas o los planetas en sí-mismos. Sólo son masa inerte... a pesar de no verse como inertes.

Algún día tendremos que rever todos estos criterios, pero, por ahora, consideremos como una posibilidad razonable que los astros sean receptores, transformadores y transmisores de energía telúrica.

Si así fuera, la Tierra, nuestro hogar, estaría viva. Y todo lo que hacemos en ella le afectaría y, por supuesto, reaccionaría.

Hay un antiguo escrito budista, el Risho Ankoku Ron (Tesis sobre la pacificación de la Tierra), redactado por Nichirén Daishonin en el siglo XIII, en el cual, el autor explica que todos los fenómenos desastrosos que ocurrían en ese entonces en su país (terremotos, sequías, huracanes, etc.) se debían a que el corazón de los hombres se había tornado duro e hipócrita.

Por supuesto, dirán, los antiguos eran “animistas”, como si esta palabra, por sí misma, pudiera desbaratar el razonamiento de este filósofo al que muchos millones consideran un “iluminado”.

Es así, los antiguos eran animistas, de la misma forma que preferían relatar el significado de la historia, antes que los datos cronológicos de la misma.

La era actual esta repleta de datos... en la misma proporción en que la antigua lo está de conocimientos.

Hemos podido medirlo todo, pero no hemos llegado, aún, a la profundidad del pensamiento griego del siglo V antes de Cristo.

La paradoja es que, mientras nosotros sólo vemos TV, ellos veían LA VIDA.

Y nadie, aún, ha podido explicar el fenómeno de la vida.

Entonces, mientras esto continúe así, permítanme decir que la vida es un fenómeno de transmisión que nos llega desde el centro del universo, que el Sol es un ser vivo, como la Tierra, Marte y las piedritas que hay en el camino.

Mientras todo la galaxia está ocupada en transmitir, nosotros lo estamos en acumular.

Transmitimos muerte...

El universo es orgánico. Tal vez no se trate de dioses, como creían los antiguos, pero sí se trata de funciones universales, es decir: organismos con una función específica.

La humanidad, como organismo, ha perdido la idea de cuál es su función específica.

Por lo tanto, no puede transmitir vida y se transforma en otro tipo de organismo, un virus planetario.

Un virus consume al organismo huésped hasta que este muere... entonces el virus muere también, aunque parte de él se pueda transmitir a otro organismo.

Nosotros podremos viajar a otros planetas y fundar colonias, pero de seguro que la mayoría moriremos en éste.

Y nuestra inconciencia es tal que preferimos no mirar hacia donde está la evidencia de nuestro error. Estamos muy ocupados. Todo el día.

Demasiado ocupados como para atender a la salud de nuestro hogar.

Los antiguos, también, tenían una idea precisa sobre otro tipo de transmisión que es netamente humana: la del conocimiento. Muy poca gente lo sabe, pero casi todos los escritos relacionados con enseñanzas religiosas tales como El Nuevo Testamento o los Sutras budistas, fueron realizados muchos años después de la muerte de sus protagonistas, aprendidos de memoria por discípulos esclarecidos y volcados consecuentemente al papel. En el caso de los sutras, éstos fueron escritos más de 100 años después de la muerte de Siddarta Gautama.

Es parte de la tradición de muchas escuelas filosóficas la de la “transmisión” que hace el maestro líder a un discípulo especial, antes de morir. Pocas palabras que despiertan en ese alumno la capacidad para seguir dirigiendo la escuela, tal como su maestro la concibiera.

En nuestra época, ya no veneramos la sabiduría, preferimos defender un individualismo a ultranza donde se ha perdido todo respeto por el conocimiento, reemplazándolo por sistemas para enriquecerse rápidamente. Por supuesto: lejos de enriquecernos, la mayoría pobre es cada vez más pobre.

Ya no hay transmisión, porque nuestros jóvenes ya no quieren oír nada. La dignidad de la vida se mide en marcas de autos y vestimenta.

Sin embargo, no todo el mundo viaja en la corriente general de inconciencia. Hay personas que intentan retomar el hilo de viejos conocimientos y vitalizar su vida, celebrándola.

Cuando los imperios económicos sucumban, dejando la Tierrra desvastada, sólo nos quedará la esperanza... de lo que aquellos puedan transmitirnos...

 

Free Web Hosting